Los gallos anuncian puntualmente el amanecer. Las mujeres quichés e ixiles
en seguida se enfilan frente al molino para esperar a que les muelan el maíz. Igual
no hay frijol, pero las tortillas, tamalitos y atole abundan siempre.
Autobuses con decoración de discotecas punteras rugen ansiosos de
pasajeros y despiertan con el claxon a los triunfeños más rezagados. Unos
llevan el ganado al campo, abren las primeras tienduchas, los niños oliendo a
jabón y alegría corren por las calles sin rumbo y un grupo de entusiastas
españoles se dedican a actividades demasiado difíciles de comprender: ¡ordenan
basura para construir un edificio! Parece ser que con llantas, latas y botellas
formarán un centro cultural, algo así como una escuela de actividades
divertidas. Ahora se dedican a ordenar por altura montones de llantas que
parecen brotar del subsuelo. Una, dos, tres, cuatro… ¡cien! Ciento una, ciento
dos…, suena el timbre de la escuela y los patojos corren para ayudar a mover
las ruedas durante el recreo. Ciento cincuenta, ciento sesenta…, Juanita trae
agua para aliviar el agotamiento. Ciento ochenta, ciento ochenta y una, ciento
ochenta y dos…, ¡cada vez aprieta más el sol! Doscientas veinte, doscientas
cincuenta, doscientas sesenta… sobran los mirones y faltan manos para mover
tantas ruedas. Doscientas ochenta, doscientas noventa, ¡trescientas! Los
cochinos y las cabras juegan entre los neumáticos y los oficinistas españoles
ya no aguantan el sol de abril. Toman un descanso en el momento que los dioses
mayas deciden apiadarse de sus huéspedes y envían un poco de brisa –abrasadora-.
En el triunfo a partir de las 11 todos descansan hasta entrada la tarde, ese
feliz momento de reuniones, títulos y comisiones inevitables.
Las cosas de palacio van despacio. ¡Pero qué palacio!